La capacitación, actualización y nueva formación en servicio
de los educadores reviste en la vida actual carácter prioritario
para lograr una adaptación activa a los cambios cuantitativos
y cualitativos que plantea esta nueva era.

 

La vida posmoderna es precaria e incierta. No se mantienen las formas ni los rumbos durante mucho tiempo.

La extrapolación de hechos del pasado para predecir tendencias futuras es arriesgada. La información es fugaz y avanza aceleradamente. El énfasis está puesto más sobre el aprendizaje que sobre la educación.

Los valores y los conocimientos cambian rápidamente y también las representaciones de los educadores sobre los alumnos, los padres, sus colegas y los saberes.

En general las propuestas de formación tanto de base como continua se centran en aspectos pedagógicos y didácticos y en menor escala en los aspectos vinculares y comunicacionales con un encuadre institucional. Ambos deben ser considerados en igual medida.

Es por eso que el estudio de la dinámica de los roles, el desempeño de los mismos en la escuela, las funciones y disfunciones y todo lo relativo a los educadores como profesionales es un capítulo que debe profundizarse.

Es necesario brindar espacios y tiempos no sólo para actuar sino también para reflexionar y reelaborar optimizando el desempeño profesional y la gestión institucional.

Se trata de atenuar la cantidad y magnitud de los conflictos y de hacer que los educadores los reconozcan como propios de todo desarrollo, los expliciten y busquen los medios para resolverlos.

Los roles profesionales se entrenan a través de la formación continua y sus diversos dispositivos: cursos, jornadas, dramatizaciones...